A la hora de pensar una respuesta, cuando nos preguntan qué testimonio rescatamos por algún motivo entre tantos relatos, es ineludible mencionar la historia que nos contó Silvia, una docente que hace años fue a trabajar en la escuela de Los Chañaritos, casi en el interior profundo de Catamarca. La entrevistamos en 2.009, en su casa, cuando realizábamos una visita a la localidad de Huillapima.
Lo primero que mencionó durante la conversación con Zona Negra, fue la intriga que le producían los ruidos que por las noches se escuchaban en ese establecimiento que contaba con dos aulas, un salón de usos múltiples, la dirección y un sector privado destinado a los directivos. La maestra cuenta que en las madrugadas se escuchaba que "alguien" jugaba en esas aulas ubicadas a metros del lugar que le habían designado para vivir, sola, hasta que nombraron a otra maestra con la que compartió la habitación, y la costumbre de escuchar estos ruidos.
Silvia menciona que una noche, alrededor de las 22 horas, estando en compañía de Ana Ibarra (oriunda de Chumbicha), escucharon algo que parecían pisadas "fuertes", como producidas por un animal pesado, que provenían del salón. Sin darle mayor importancia por ser ya algo habitual, Mabel fue a bañarse y, estando bajo la lluvia sintió un golpe fuerte en la pared que daba a ese salón. Pensó que Ana le estaba haciendo una broma, pero cuando salió a ver, se encontró con la otra maestra en el cuarto, cuidando del hijo de Silvia, que por entonces tenía unos seis meses de vida. Decidieron echar agua bendita al sector de la dirección, y encerrarse en la habitación por el resto de la noche, bajo llaves, temerosas por los ruidos que se tornaron ensordecedores.
Iban a quedarse despiertas, en vigilia hasta el amanecer, por miedo a lo que pudiera ocurrirles estando solas en esa escuela, pero cuando ingresaron al dormitorio y encendieron la luz, el foco explotó. Mabel tenía mucho miedo, y quiso llamar por su teléfono celular, pero tenía la línea muerta, sin señal. Incluso recuerda que "me dolían los dedos de tanto marcar números y no me podía comunicar con nadie". Hasta que, insistiendo, pudo llamar a un primo, pero el diálogo fue brevísimo: cuando él le preguntó "qué te pasa" y ella le contestó "me están espantando", el llamado se interrumpió. Aún hoy estremecida por evocar esa horrible situación, Mabel nos dice que se puso a rezar en voz alta.
Las maestras estaban aturdidas, porque aquellos ruidos eran cada vez más estremecedores, como si pasaran algún elemento metálico por las rejas de las ventanas. Quisieron rezar ante la imagen de la virgen, pero la imagen de ella estaba en el salón donde también ocurría esto. Igualmente, cuenta Silvia, pidió: "Virgencita del Valle, si es algo malo te pido que vos lo detengas, ¡¡que no pase...!! Y llegaba casi hasta donde estábamos nosotras, y se volvía como si algo lo detuviera... y otra vez los golpes en las paredes y los ruidos por todas partes... Ana no rezaba porque lloraba mucho, sumida en una crisis de nervios... realmente teníamos mucho miedo".
Cuando Silvia nos narraba este tremendo momento, emocionalmente se quebró, hasta las lágrimas, al recordar que mientras ocurría, recibió la llamada de su madre, que estaba alertada de que algo malo estaba pasando en la escuela. Dice que fue terrible porque llegó a pensar que quizá era la última vez que le escuchaba la voz a su mamá. Entre sollozos insiste que fue "algo terrible".
A la hora de buscar una explicación, Silvia no tiene muchos caminos para llegar a una conclusión, y todas las respuestas posibles parecen insólitas y descabelladas, pero posibles. Le dijeron que podía tratarse de fantasmas, o de almas de niños que murieron y fueron sepultados sin haber sido bautizados. El terrorífico episodio ocurrió casi hasta las tres de la mañana, cuando llegó su primo a rescatarlas.
Desde entonces, jamás volvieron a dormir en la escuela. Según relata Silvia a ZN, al tiempo, personal de infraestructura escolar fue a refaccionar el edificio, solicitando permiso para dormir en el lugar. Ella decidió no decirles nada de lo ocurrido, para no asustarlos, pero confiesa que aquella noche no pudo dormir, preocupada por no haberles advertido. Después de permanecer una semana trabajando en la escuela, se reencontraron, y el encargado del trabajo le comentó que habían sido espantados. Silvia detalla que le notó los ojos rojos, como le habían quedado los ojos a la otra maestra en la noche que ellas habían padecido los ruidos. El hombre de infraestructura contó que había sufrido lo mismo que antes les pasara a las docentes, pero agregó algo: además habían visto que, en el cuarto de la dirección, entraban unos enanitos muy pequeños, apenas más grandes que un paquete de yerba de un kilogramo.
Otro dato que aporta Silvia es lo que le comentó un lugareño de apellido Pérez, en medio de una conversación casual: "señorita le voy a hacer una pregunta, disculpe... ¿por qué usted a veces hace que venga su novio en las noches? Porque todas las noches, cuando vuelvo de la ciudad a la una de la mañana, veo que sale alguien detrás de la escuela, vestido de blanco". Silvia negó que se tratara de alguien conocido por ella.
A pesar del tiempo transcurrido, la docente de Los Chañaritos carece de toda respuesta sobre los hechos que vivieron ella y su compañera. Se estremece como si volvieran a ocurrir, y se emociona hasta las lágrimas al pensar que temió incluso por su vida. Pero, aunque su testimonio para Zona Negra había concluido allí, al ser difundido en el aire de la radio hubo una repercusión muy importante que lo reafirmó. Inmediatamente después de escucharlo, Javier se comunicó con Radio Valle Viejo.
Javier nos comentó: "tal cual lo relataba la directora, infraestructura envió a una empresa a trabajar para realizar algunas refacciones en la escuela, y le tocó a mi pequeña empresa constructora. Fuimos con un grupo de cinco albañiles, y me llama la atención porque esto fue más o menos hace una década, y el relato que hoy escuché de la directora fue exactamente el mismo que me contaron mis albañiles un día que fui a controlar la obra y los encontré con los colchones y los bolsos listos para volverse porque no querían quedarse más en la obra".
Según nos dijo Javier en vivo en la radio, "el relato de mis obreros era muy similar al que comentó la directora, que escuchaban ruidos, que por las noches veían moverse a una especie de duendes del tamaño de un paquete de yerba, y me acuerdo clarito esa comparación porque me causaba risa, pero después empecé a tomarlo un poco en serio porque, de los cinco chicos ninguno se reía, y yo realmente los notaba preocupados, y un poco asustados. Ninguno durmió en esas noches, y el que me comentó todo esto fue el capataz, que tenía los ojos rojos, como dijo la directora. Inclusive tuve que llevar otro grupo de albañiles, porque había corrido el comentario entre la gente que trabajaba conmigo, y nadie quería quedarse allí".
Finalmente, Javier relató algo que no dijo Mabel: "recién la directora no lo comentó, tal vez por una actitud de humildad, pero ella le regaló una imagen de la Virgencita del Valle a mi capataz, y tal vez al principio los chicos no entendían el porqué de ese regalo, pero después comprendieron..."
Me dirigí a la casa de Daniela, en el barrio 40 viviendas, porque nos habían dicho que allí tenían varias cosas para contarnos. Después de mucho buscar (no sabía que existen al menos tres barrios de 40 viviendas), logré dar con la residencia. Me atendió un chico que llamó a Daniela, una veinteañera que amablemente me invitó a pasar. Una vez adentro, conocí a su madre, y ambas me llevaron hasta la habitación donde estaba María del Valle, una anciana de más de noventa años que se encontraba acostada.
Yo tenía que hablar con esta mujer, y le pregunté qué historias tenía para contar. Comenzó a relatar algo que le había pasado hace ya mucho tiempo en el barrio La Tablada, donde ella y su familia siempre eran sorprendidos por hechos paranormales. Dice que una noche había una fiesta en su casa, y esta se encontraba colmada de visitas. Después del festejo, a la hora en que cada uno se retiraba a su hogar, uno de los invitados se quedó, por miedo a regresar a su casa, según María, porque era cobarde.
Me cuenta que el hombre les pidió por favor si le podían poner una cama bajo la viña, y cuando lo complacieron, se dispuso a conciliar el sueño. Momentos después, cuando todos en la casa descansaban, el hombre escuchó unos niños que jugaban a tan sólo unos metros de donde él se encontraba acostado. Se despertó y se quedó viéndolos jugar, sorprendido porque recordaba que en la casa no había niños. Luego, al ver un pequeño hombre entre los chicos, pegó un salto de la cama y salió corriendo hacia la casa. María me dijo que ese petiso era un duende, y cuando el hombre entró a la casa les contó a todos lo que le sucedió, y entonces salieron a ver quiénes eran los chicos que ese señor había visto. Se llevaron gran susto cuando vieron que los niños atravesaban la pared en una esquina de la casa, como en una imagen fantasmal.
María también me contó que, desde aquella vez, el duende empezó aparecer muy seguido, como adueñándose de la casa. Agrega que su marido mantenía alejado al petiso, bendiciendo el hogar, y sin embargo esta entidad se mantenía en los alrededores, merodeando. A veces se lo veía cerca de un horno de barro, como buscando la manera de entrar. Según María, gracias a las bendiciones de su esposo, el enano no lo logró.
Viniendo más aquí en el tiempo, la abuela casi centenaria me comentó que una de sus hijas, que actualmente vive en una casa de la calle Rojas, escucha con frecuencia ruidos de cadenas que se arrastran, pero dice que no siente miedo. En el fondo tienen muchas plantas, además de una viña, y cuando los perros se van hacia ese lugar, aparecen muertos o se enferman, y los veterinarios no le encuentran explicación a lo que sufren los animales.
Entre tantas cosas que tiene para narrar, María recuerda una vez que encontraron una perra a la que le habían abierto el abdomen y tenía todos sus órganos afuera. Le pregunté si sabía de alguien que estudiara magia negra en esa zona, porque generalmente estas apariciones de duendes son resultado de ese tipo de estudios, pero me dijo que no. Luego, conversando del tema con Daniela y su madre, me confidenciaron que María no se acuerda mucho por su edad, 94 años.
Ellas (Daniela y la mamá) me confirmaron que efectivamente había un hombre que practicaba magia negra cerca de esa casa donde ocurrían estos hechos, pero eso no es todo: me dijeron que, donde viven ahora, en donde yo me encontraba en ese momento, también ocurrían cosas raras, como por ejemplo cuadros que se voltean solos, el teléfono que hace ruidos extraños cuando alguien llama, y algo de lo que puedo dar fe.
Algo que en verdad me asustó, ocurrió mientras charlábamos en el living de la casa. Escuchamos que golpearon la puerta, bastante fuerte, como para que no me quedara ninguna duda de que era una persona; entonces María salió a ver quién podía ser, y para mi sorpresa no había nadie. Digo para MI sorpresa porque maría y su madre me dijeron que eso ya era común en la casa. Algunos podrán decir que fue el viento, pero el viento no golpea tres o cuatro veces la puerta como una persona de carne y hueso. Además, no había viento en ese momento, y fue algo que me hizo erizar la piel. Van a entenderme cuando explique lo siguiente: lo más razonable, en definitiva, era que un chico bromista golpeara la puerta y saliera corriendo, pero el caso es que en la calle me esperaba un amigo en una moto, y se sorprendió al vernos salir como buscando a alguien. Cuando le dijimos el motivo, juró que nadie había pasado por esa vereda en esos momentos.
Daniela también mencionó un episodio ocurrido en la casa de su abuela, una vez que estaba juntando uvas en el mismo lugar donde se le aparecieron los niños a ese hombre mucho tiempo antes: una voz le gritó muy fuerte que se vaya de la casa, que no era bienvenida. Cuando Daniela se dio vuelta para ver quién era, gran sorpresa se llevó al ver que estaba sola. Además, en esta verdadera casa embrujada, dice que se escuchan hombres trabajar en las habitaciones, como si fueran albañiles en una obra en construcción, pero no hay nadie más en el lugar.
Es una casa enigmática, en mi opinión, y me encantaría ir a conocerla próximamente. Una casa de otro siglo, misteriosa, embrujada tal vez, con muchas historias que dejamos sin desarrollar por una cuestión de espacio en la revista. Aunque, con lo que fui testigo en esta vivienda de barrio relativamente nuevo, por ahora debo darme por satisfecho. Ellos, en cambio, parecen acostumbrados a lo paranormal.
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