EL EXTRAÑO CASO DE UNA CATAMARQUEÑA EN CORDOBA
Año 1992, ciudad de Córdoba, barrio Los Paraísos. Cristian, de 20 años, estaba en su cuarto, estudiando junto a
Marcos, un compañero de la carrera de Medicina, de su misma edad. Marcos decía ser ateo, pero Cristian prefería
definirse como agnóstico, con todas sus dudas sobre las religiones, pero abierto a la posibilidad de que exista
Dios. “Si existe Dios existe el Diablo”, razonó Marcos. “Que se presente cualquiera de ellos y le invitamos unos
mates”, bromeó Cristian. Hicieron una pausa en los estudios, y para distenderse decidieron jugar un momento a las
cartas. Lo único que sabía jugar Marcos, era el chin chon. De repente sintieron que de algún lugar llegaba un olor
muy fuerte. “Parece que fuera azufre…”, dijo Cristian.
-No conozco el olor del azufre… ¿de dónde puede venir? –Marcos no podía disimular su injustificada preocupación.
-Mientras no sea el diablo, que aceptó nuestra invitación a tomar mate…
-No seas tonto, Cristian… ¡Estás sugestionado! Vamos al patio de tu casa, tal vez ese olor provenga de algún vecino…
-sugirió Marcos, deseando creerse a sí mismo. a
Estaban solos en la vivienda, y salieron hacia el fondo más bien pensando tomar una
bocanada de aire.
-Aquí no huele a nada…
Cristian encendió un cigarrillo, algo que solía hacer cuando comenzaban a ganarle los nervios, y regresó a la
habitación. Marcos permaneció en el patio, observando las estrellas a pesar de las luces de la ciudad, cuando su
amigo lo llamó desde adentro, con un dejo de temor en su voz.
- ¿Qué pasa…?
- ¡¿No lo hueles?! –Cristian pareció desesperarse. El olor era mucho más intenso, casi abarcándolo todo.
-Cris… mira detrás tuyo…
Cristian al principio creyó que Marcos sólo pretendía asustarlo, jugarle una broma, pero igualmente giró la cabeza y
lo vio: “algo” se iba materializando, de manera difusa al principio. Después iba tomando forma humana, aunque
pequeña. Su piel era un tanto verdosa, y por momentos grisácea, sobresaliendo sus ojos rojos, unos dientes deformes,
y sin cabellera. “Recen, si quieren salvarse”, se oyó que dijo ese ser con una voz suave, aterradoramente suave…
Marcos jamás había rezado en su vida, y pese al pánico que lo invadía, sólo atinó a decir “si hay un Dios,
ayúdanos…”, pero Cristian recordó aquellos rezos de sus clases de catequesis a los 10 años, y empezó un “Padre
Nuestro” … pero apenas decía “santificado sea tu nombre…”, a su mente acudían palabrotas, impidiendo que recordase
cómo seguía el rezo. Marcos, paralizado por el miedo, hizo un esfuerzo y salió corriendo hacia un pasillo que
llevaba directamente a la puerta principal, justo en el momento en que la madre de Cristian regresaba a la casa. Las
palabras les salían a borbotones, sin sentido, pero la señora entendió en pocos segundos que algo terrible le estaba
ocurriendo a su hijo, apurándose a levantar una Biblia de la biblioteca y correr hasta el cuarto de Cristian. Al
ingresar, miró una sola vez la figura demoníaca contra la pared, y abrió el libro sagrado en alguna página al azar,
leyendo en voz alta y sin pausa, aun cuando a ella también comenzaban a acudirle palabrotas a su mente. Marcos desde
la puerta vio cómo la imagen comenzaba a desvanecerse, mientras movía agitadamente la cabeza, tapándose los oídos.
Cristian parecía en estado de shock, aterrorizado, mudo en un rincón. En ese preciso momento, un crucifijo de madera
cayó al piso partiéndose por la mitad.
Cuando todo volvió a la normalidad, Cristian abrazó a su madre y rompió en llanto, mientras ella les preguntaba
“¿qué estuvieron haciendo…? No me digan que se pusieron a practicar el juego de la copa, y esas cosas…”, pero ellos
le juraron que no. Tan pronto como se tranquilizó Cristian, su compañero de facultad decidió marcharse. Marcos tomó
sus pertenencias y les dijo: “en lugar de ustedes, yo no me quedaría a dormir en esta casa… al menos esta noche me
iría a otra parte”.
Madre e hijo acompañaron a Marcos hasta la puerta de calle, mientras el muchacho subía a su moto para marcharse.
Ella le comentó que al día siguiente llamarían a un sacerdote para hacer bendecir la casa. Se saludaron, Marcos
encendió el motor y cuando arrancó alejándose de la casa, Cristian y su madre se horrorizaron viendo que, detrás de
él, iba sentado ese demonio que se les había aparecido. Fue imposible advertírselo a Marcos.
Cristian, desde ese día, padece episodios traumáticos que motivaron desde un exorcismo hasta prolongados
tratamientos psiquiátricos. Como una maldición, cae en profundos pozos depresivos, intentó varias veces quitarse la
vida, y reiteradamente insulta a Dios y a su propia madre. Mientras puede, desarrolla una vida normal. De Marcos
nunca más se supo nada.
Año 2010, ciudad de Córdoba. Claudia viajó desde Catamarca para unas vacaciones en la casa que sus tíos habían
desocupado en el barrio Los Paraísos. Ella desconocía lo sucedido en ese lugar, casi 20 años atrás. La casa estaba
con pocos muebles, y Claudia encontró todas las habitaciones cerradas con llaves. Las fue abriendo una a una,
sacando telas de arañas y polvillo que invadían cada rincón de la vivienda. Desde aquel episodio de 1992, los tíos
de la joven catamarqueña se habían mudado, alquilando el lugar varias veces. Claudia dedujo que había pasado mucho
tiempo desde los últimos inquilinos. Era una madrugada cálida, de verano, tranquila, donde el silencio reinaba por
todo el barrio. Iba a demorarse el amanecer, por eso Claudia se recostó sobre una cama que sólo tenía un colchón
encima, con la intención de dormir un poco hasta que saliera el sol.
Tal vez por estar en un lugar desconocido, prefirió dejar las luces encendidas. Apenas había ingresado a la primera
etapa del sueño cuando, confundida, escuchó un murmullo desde algún lugar que no podía identificar. De pronto las
voces cobraban intensidad, y se podía distinguir que había varias personas riéndose. Claudia pensó que habrían
llegado algunos vecinos en ese momento, y acercó una oreja a una de las paredes desde donde parecía que provenían
los sonidos, pero advirtió que estos se corrían de un lugar a otro. Minutos después escuchó que las risas eran
burlonas, y por increíble que a ella le resultara, venían de un placad. Le pareció tonta la reacción al abrir las
puertas de ese mueble, encontrándolo completamente vacío. En ese momento Claudia se dio cuenta de que estaba
asustándose, con o sin razón.
Decidió volver a acostarse y restarle importancia al acontecimiento, pero en ese instante de absoluta consciencia y
vigilia, sintió como si una enorme boca, que a ella le pareció la de un animal, le hubiera exhalado muy cerca de la
cara. Presa de un gran susto abrió los ojos y se sentó sobre el borde del colchón, escuchando al mismo tiempo que
algo caía al piso. Se levantó y caminó hasta una mesa desde la cual creyó que había venido el ruido, y encontró en
el suelo un viejo libro negro de oraciones, que había caído abierto. Claudia decidió mantenerse despierta hasta el
alba, y luego se marchó hasta la casa de sus tíos. Cuando la madre de Cristian le narró el extraño caso de 1992, la
joven supo que no iba a volver ahí durante sus vacaciones en Córdoba. “Algo” permanecía todavía, inmutable, en ese
lugar.
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