Valentina, una niña de 8 años, jamás olvidará lo que vivió en mayo de 2010, cuando tenía solo 7 años. Fue un día como cualquier otro en la escuela, pero lo que ocurrió en el baño cambiaría su manera de ver las cosas para siempre.
Era un día gris y nublado. Valentina, con su mochila colgada al hombro, pidió permiso para ir al baño. Caminó por el largo pasillo de la escuela, que estaba vacío, y llegó al baño de niñas. Al entrar, notó que estaba sola, o eso pensaba. Cerró la puerta del compartimiento, hizo lo que tenía que hacer y, al salir, algo extraño ocurrió.
Justo cuando estaba a punto de salir del baño, escuchó un llanto. Era suave al principio, pero se hacía más fuerte con cada segundo. Valentina se detuvo, con la mano en la puerta, y decidió dar un paso atrás. Se armó de valor y abrió la puerta del compartimiento del que parecía provenir el llanto.
Lo que vio la dejó paralizada: una chica, desnuda, con la piel tan blanca como la nieve y el cabello largo cubriéndole el rostro, estaba de pie, sollozando. Su postura era extraña, encorvada, como si cargara un peso invisible. Valentina no podía ver su rostro, solo la oscura melena que caía sobre su cabeza. Parecía una escena sacada directamente de una película de terror.
El corazón de Valentina comenzó a latir con fuerza. Sabía que no había nadie en el baño cuando entró, y ahora esta chica estaba allí, como si hubiera aparecido de la nada. Con el terror recorriéndole el cuerpo, Valentina hizo lo único que pudo pensar: corrió. Corrió tan rápido como sus pequeñas piernas le permitieron, cruzando el pasillo y casi chocando con otra niña en su camino.
—¡No vayas al baño! —le advirtió Valentina, jadeando—. ¡Hay una mujer desnuda!
La otra niña la miró con extrañeza, pero Valentina no se detuvo. Llegó al aula y le contó a la maestra lo que había visto. La docente, aunque escéptica, decidió investigar. Sabía que solo había una ventana en el baño, y estaba en el techo. Además, solo había una puerta. ¿Cómo pudo haber entrado alguien sin ser vista?
La maestra decidió llamar al padre de Valentina, para que la recogiera y la llevara a casa. Mientras tanto, Valentina se quedó en el aula, temblando, aún tratando de comprender lo que había presenciado.
—Es imposible —pensaba una y otra vez—. ¿Cómo puede ser real?
Más tarde, una de sus compañeras se acercó a Valentina y le confesó que le creía. Le dijo que en los baños habían ocurrido cosas extrañas antes. A su hermano también le había pasado algo similar. Valentina no estaba sola en su miedo.
Esa noche, en su cama, Valentina no pudo dormir. Cerraba los ojos y veía a la chica del baño, con su piel blanca y su cabello negro como la noche. Sentía que, de alguna manera, esa figura la seguiría para siempre.
Y así, Valentina aprendió que a veces, los lugares más comunes pueden esconder los misterios más aterradores.
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