Encuentro Sobrenatural en la Siesta Catamarqueña: Relato de una Tarde Inolvidable

Por Daniela Cardozo

Hace algunos años, en la localidad de Santa Rosa, departamento Valle Viejo, en Catamarca, un grupo de amigos vivió una experiencia que jamás olvidarán. Era el año 2000, una calurosa tarde de siesta, cuando estos jóvenes decidieron aventurarse al campo con la intención de cazar algunas palomas. Armados con sus rifles, se adentraron en uno de los interminables potreros característicos de la región.

Al alejarse cada vez más de la localidad, divisaron un lugar propicio para la caza, donde los campos se dividían por una larga enredadera seca. La planta, más alta que ellos, les impedía ver del otro lado. Formaron una fila india, avanzando en silencio, apuntando hacia ambos lados con cautela. De repente, el último de la fila escuchó un sonido inusual: pasos sobre las hojas secas del otro lado de la enredadera. Aunque al principio pensó que podría ser un animal, pronto advirtió al grupo sobre el posible intruso.

Los pasos se hicieron más rápidos y audibles para todos. Sin dudar, el líder del grupo decidió saltar al otro lado para sorprender al supuesto animal. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que no se trataba de un perro ni de cualquier otro animal, sino del mismísimo duende, una figura pequeña y extraña que recogía frutas podridas bajo los árboles.

El joven, sin poder contener su asombro y miedo, comenzó a perseguir al duende mientras le apuntaba con su rifle, gritando que se detuviera o dispararía. La persecución duró un buen tramo, con los amigos observando atónitos desde el otro lado de la enredadera, sin poder ver al extraño ser. Cuando el joven finalmente regresó, agitado y visiblemente preocupado, solo podía repetir: «El duende, era el duende».

Esa tarde, los amigos huyeron despavoridos del potrero, sin mirar atrás. Más tarde, al reunirse, el joven relató con detalle el encuentro: “Era un petiso con una bolsa de trapo, recogiendo frutas podridas. Cuando lo sorprendí, saltó como una langosta. Tenía una cara fea, parecía un viejo, y sus manos agarraban esa bolsa con fuerza. Salió corriendo tan rápido que lo perdí de vista”.

A pesar del temor, el joven confesó que ya había tenido encuentros anteriores con el duende, pero nunca había sentido el coraje de enfrentarlo hasta ese día. Desde entonces, nunca más volvieron a ese potrero. Han pasado once años, y el recuerdo de aquella tarde sigue vivo como si hubiera ocurrido ayer.


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