Mario siempre había sido escéptico sobre las historias de fantasmas, especialmente las que involucraban el cementerio municipal. Por eso, cuando Alejo le propuso una visita en grupo, respondió con indiferencia: «Jamás pasa nada en ese lugar». Sin embargo, las circunstancias que rodearon su relato terminarían por cambiar su perspectiva de manera drástica.
Todo comenzó cuando Mario, en una reunión con amigos, relató una experiencia inquietante que vivió durante una siesta en el cementerio. Mientras llevaba flores a la tumba de su abuelo, esquivó un enjambre de abejas tomando una ruta poco transitada del camposanto. De pronto, escuchó una melodía proveniente de una cajita musical, situada junto a un nicho apenas cubierto por cemento y con un nombre escrito con tiza roja. A pesar de su curiosidad por la cajita, continuó hacia la tumba de su abuelo, pero el misterio de la música permaneció en su mente.
Unos días después, Mario regresó al cementerio, esta vez intencionado a resolver el enigma de la cajita musical. Para su sorpresa, al acercarse al nicho, volvió a escuchar la misma melodía. Pero cuando llevó a un empleado del cementerio al lugar, la cajita había dejado de sonar y el hombre negó haber escuchado alguna vez algo similar. Intrigado y perturbado, Mario comenzó a cuestionar lo que había vivido.
La historia tomó un giro sombrío cuando Alejo, profundamente interesado en el relato de Mario, insistió en realizar una visita nocturna al cementerio. A pesar de la renuencia de Mario, este accedió a encontrarse con Alejo a las 23 horas. Sin embargo, cuando llegó la hora, Mario decidió ignorar los mensajes de Alejo, quien le informaba que ya estaba esperando en la entrada del cementerio.
Lo que sucedió después dejó a Mario lleno de culpa y confusión. A la mañana siguiente, la madre de Alejo, destrozada, informó que su hijo se había suicidado esa noche. El cuerpo fue hallado en un lugar inusual, y los últimos mensajes en su celular indicaban que estaba esperando a Mario en el cementerio. Mario, desconcertado, solo pudo ofrecer explicaciones a medias, mintiendo sobre los motivos por los que no acudió a la cita.
Una semana después del trágico suceso, Mario recibió un mensaje de texto desde el número de Alejo, quien ya había sido enterrado: «Mario… estoy esperándote en el cementerio». Aterrorizado, Mario mostró el mensaje a sus padres y, desesperados, fueron a la casa de Alejo, donde descubrieron que el teléfono de Alejo había sido desactivado días antes.
Este último hecho dejó a Mario convencido de que jamás volvería al cementerio, a menos que fuera llevado allí muerto. La experiencia lo marcó profundamente, transformando su escepticismo en una mezcla de miedo y respeto por lo desconocido.
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