La Cabra en el Columpio



La Cabra en el Columpio



El sol caía a plomo sobre la árida tierra del ejido El Moral. Isaac y sus primos, ansiosos por escapar del calor sofocante, se dirigían al rancho del abuelo. Un fin de semana de juegos, risas y fogatas bajo las estrellas les esperaba.

Al llegar, la energía vibrante de la juventud se apoderó del lugar. Carpas coloridas se alzaban como capullos de seda en el verde pasto, mientras el aroma a carne asada se mezclaba con el canto de las aves. La noche llegó con su manto de terciopelo negro, y las historias de terror comenzaron a tejerse alrededor del fuego crepitante.

Isaac, con su mente inquieta, se aventuró a explorar la oscuridad. El silencio del campo lo envolvía como una mortaja, solo roto por el susurro del viento entre las ramas. De pronto, una forma extraña llamó su atención. Unas ramas entrelazadas en forma de cruz, oxidadas por el tiempo, parecían observarlo desde las sombras. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Más adelante, un macabro muñeco de ramas, similar a los que se usan en rituales vudú, le heló la sangre. Un terror ancestral se apoderó de él, pero se obligó a seguir adelante. La noche era joven y la aventura lo llamaba.

De vuelta en el campamento, las historias de terror se intensificaban. Relatos de apariciones, lamentos y brujas danzantes bajo la luna llena erizaban la piel de los jóvenes. Isaac, sin embargo, no podía apartar la imagen de la cruz y el muñeco de ramas. Una sensación de inquietud lo atormentaba.

El sueño finalmente lo venció, pero no por mucho tiempo. Un sonido gutural, como el llanto de un animal agonizante, lo despertó en la oscuridad. El terror se apoderó de él al ver una figura espectral balanceándose en el columpio del jardín. Era una cabra, de ojos penetrantes y sonrisa macabra, que mecía su cuerpo con un ritmo enfermizo.

Isaac, paralizado por el miedo, corrió a despertar a sus primos. Juntos, presenciaron el horror: la cabra se levantó del columpio, caminó erguida como un humano y profirió un aullido aterrador. Sus ojos brillaban con una luz antinatural, y sus pezuñas parecían garras afiladas listas para atacar.

Los jóvenes, aterrorizados, buscaron refugio en la casa del abuelo. El anciano, con el rostro pálido y la voz temblorosa, les reveló un secreto escalofriante: esa misma noche, una voz fantasmal había llamado a su puerta imitando la voz de su difunta esposa.

El terror se instaló en el rancho. La cabra demoníaca se convirtió en un símbolo de horror que ninguno de ellos pudo olvidar. El fin de semana de juegos y risas se transformó en una pesadilla de la que nunca despertaron del todo. El recuerdo de la cabra, balanceándose en el columpio bajo la luz de la luna, perseguiría sus sueños por siempre.

El rancho del abuelo quedó marcado por la oscuridad. Las carpas, otrora símbolo de alegría, se convirtieron en un recordatorio del horror que presenciaron. La tierra, antes un lugar de juegos, ahora emanaba un aura de miedo y misterio.

Isaac y sus primos se alejaron del rancho, con la promesa de no volver jamás. La imagen de la cabra, con su sonrisa macabra y sus ojos penetrantes, se grabó a fuego en sus memorias. El fin de semana de terror en el ejido El Moral quedaría sellado como un capítulo oscuro en sus vidas, un capítulo que jamás podrían borrar.







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