En las noches frías de la sierra poblana, donde la luna apenas asomaba entre las copas de los pinos, se reunían los arrieros alrededor de una fogata crepitante. Entre historias de viajes y hazañas, la leyenda de la Mano Peluda era la favorita para avivar el miedo y la adrenalina.
Don Pancho, un viejo arriero curtido por las inclemencias del tiempo, era conocido por su voz grave y sus relatos espeluznantes. Una noche, mientras las llamas danzaban en la oscuridad, Don Pancho se dispuso a contar su experiencia más aterradora con la Mano Peluda.
Años atrás, Don Pancho viajaba por un solitario camino de herradura con su recua de mulas cargada de mercancías. La noche era cerrada y solo la luz de la luna guiaba su camino. De pronto, un relincho agudo rompió el silencio y una de las mulas se desplomó, víctima de un misterioso ataque.
Al acercarse a la mula, Don Pancho se llenó de horror al descubrir que sus ojos habían sido arrancados y su garganta apretada por una fuerza brutal. En el suelo, junto al animal muerto, vio una marca escalofriante: cinco dedos largos y peludos, impresos en el polvo con una fuerza inhumana.
Don Pancho, petrificado de miedo, supo que la Mano Peluda había cobrado una víctima. Inmediatamente, arrió a las mulas restantes y emprendió una veloz huida, sin mirar atrás.
A partir de esa noche, Don Pancho nunca volvió a viajar solo por la sierra. El recuerdo de la Mano Peluda lo perseguía, grabándose a fuego en su memoria como un símbolo del terror que acecha en la oscuridad.
Al terminar su relato, Don Pancho miró a los arrieros con ojos penetrantes. "La Mano Peluda es real", dijo con voz grave. "Y aquellos que la han visto, nunca lo olvidan".
En la quietud de la noche, las palabras de Don Pancho resonaron en los oídos de los arrieros, alimentando el miedo ancestral a lo desconocido. La leyenda de la Mano Peluda, con su mezcla de horror y justicia poética, se había convertido en una parte viva de la tradición oral, un recordatorio de que en las sombras habitan misterios que la razón no puede explicar.
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