Según la leyenda, el árbol de la sal es un helecho gigante que parece una palmera, y crece en el Chaco y parte norte de Argentina.
Cuando Cotaá, el Dios del pueblo Mocoví, creó el mundo, quiso regalarles a los hombres una planta que sirviera de alimento.
Después de mucho pensar, creó el Iobec Mapic, el árbol de la sal. Resultó que la planta a la que los mocovíes nombraban Iobec Mapic era utilizada por ellos como un alimento, por eso Cotaá la expandió rápidamente y la esparció por esas tierras para que proliferaran.
Pero Neepec, el genio del mal, como era su costumbre, vivía espiando lo que Cotaá hacía y envidioso quiso destruir su obra.
Después de mucho pensar, tuvo lo que él consideró una magnífica idea.
Entonces él se dirigió a la salina donde llenó un enorme cántaro con agua salada, pues su maldad consistía en arrojarlo sobre las verdes matas de Iobec Mapic y así quemarlas.
Cotaá conocía bien la maldad de Neepec y más temprano que tarde descubrió el horrible ardid de su contrincante, por eso lo esperó escondido entre el follaje.
Cuando Neepec quiso volcar el salino líquido sobre las plantas, Cotaá acarició la tierra, hundiendo en ella sus dedos con suavidad casi maternal. Entonces las raíces absorbieron la sal que instantáneamente fueron tomadas por las raíces mezclándose con la savia que trepó por el tronco y las hojas, tomando su sabor pero sin dañar las plantas.
Por vez primera, los mocovíes podían condimentar los vegetales y carne con un sabroso sabor salado que ya nunca dejaron de usar, porque les resultó exquisito.
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