No era para policias



No era para policias



Luis es un policía de la provincia, jubilado, que trabajó en esa fuerza hasta mediados de los años 80. Pero los recuerdos que más lo aproximan a la temática paranormal, ocurrieron en la década infame de los 70, cuando nuestro país atravesó una de sus etapas políticamente más oscuras. De todos modos, lo que Luis tiene para narrar a Zona Negra no tiene nada que ver con la guerrilla urbana de aquellos años, ni con el "terrorismo de Estado" que la combatía. 

Reunidos a una mesa familiar, suele reiterar un par de anécdotas vinculadas a hechos sobrenaturales que le tocaron vivir en esos años, y un poco antes también. Hay dos que parecen haberlo "marcado" más, y cada vez que los narra vuelve a estremecerse como si volvieran a ocurrirle. Un caso sucedió en la breve zona norte de la capital de Catamarca, que por esos años no iba mucho más allá de la avenida Belgrano. La policía ya había tomado nota de algunas cosas raras que ocurrían en un sector donde solían agredir a pedradas a ocasionales transeúntes, aunque nunca se pudo identificar a los autores. Por eso no les sorprendió cuando una noche recibieron una llamada telefónica de un vecino asustado, porque esos vándalos estaban apedreándole el domicilio.  

Una patrulla policial se dirigió rápidamente al lugar, y cuenta Luis que mientras se acercaban en el patrullero, pensaban que (de todos modos) cuando llegaran, los delincuentes ya se habrían marchado. Sin embargo, al llegar el móvil policial hasta la dirección indicada, las piedras seguían cayendo sobre la casa. Lo que no podían hacer, era distinguir desde dónde provenían... decenas de piedras eran arrojadas contra los techos, las puertas y las ventanas de esa vivienda, como viniendo desde la nada, desde el cielo estrellado. Recorrieron los alrededores, junto a algunos vecinos, sólo para comprobar que era imposible distinguir la procedencia de esas piedras. El hecho fue caratulado como "agresión realizada por autores desconocidos", o algo así, no recuerda muy bien el hombre ahora. Pero ya se empezaba a comentar que se trataba de algo, al menos, extraño. 

Por esos mismos días, en la comisaría recibieron otra llamada telefónica, ahora desde la zona oeste, porque unos vecinos de la avenida Virgen del Valle (por entonces llamada avenida Mitre) daban cuenta sobre un foco de incendio hacia el sector donde actualmente está emplazado el barrio 920 viviendas, y que en ese año era una zona de campo inhóspito, al cual un vehículo sólo podía acceder por un angosto camino de tierra, en medio de la más absoluta oscuridad. Esta vez al patrullero le costó llegar hasta el final de ese sendero, donde existía un claro entre los matorrales. Allí estaba el fuego, que a simple vista parecía inofensivo, porque nada indicaba que pudiera propagarse. Los cuatro policías descendieron del vehículo, con curiosidad y cierto recelo, y distinguieron detrás de la fogata algo que no pertenecía al paisaje natural. Ayudados por las linternas caminaron unos metros, y se llevaron una tremenda sorpresa al advertir que había un mantel doblado por la mitad, sobre el suelo, algunas velas consumidas a medias, y restos de animales muertos. Lo que se conoce como una "mesa servida" en el mundo de la magia negra. 

Luis le agrega misterio al relato al contar lo que pasó inmediatamente, cuando todavía entre los cuatro uniformados no podían salir del asombro. De un costado, muy ufanamente, surgió la figura de una gallina. Enorme gallina, de plumaje marrón, según recuerda hasta hoy Luis. "¿Qué carajo hace este animal aquí?", se preguntaron. El ave se paseó alrededor de la fogata que estaba a punto de extinguirse, mientras Luis recuerda que, con sigilo, fue hasta el Ford Falcon y subió, poniéndolo en marcha para arrollarla, seguro de que eso no era solamente una gallina. "Las gallinas no salen de noche!!", repite Luis cada vez que cuenta este episodio. La hábil maniobra del chofer hizo que el auto le pasara por encima al plumífero, y cuando estuvo seguro de que lo había pisado, puso marcha atrás y se detuvo. Al disiparse la polvareda levantada por las ruedas, Luis y sus tres compañeros que permanecían al lado de la fogata, vieron con espanto que el animal estaba en pie, desafiante, mirando hacia las luces del patrullero que intentaban encandilarla. Uno de ellos extrajo el arma reglamentaria, una pistola calibre 45, y le hizo un par de disparos que le dieron de lleno en el cuerpo, arrojando a la gallina a varios metros... ¡¡Pero sin un rasguño!! Luis ahora se ríe, y jura por Dios que sus tres colegas de un salto se metieron en el patrullero y le pidieron que huyera a toda velocidad. Y huyeron, convencidos de que nada iban a poder hacer. 

Mientras toma unos mates, ahora reitera lo que siempre reitera cuando tiene que volver a narrar este hecho, a pedido de sus hijas: "¿sabe qué pasa? En ese momento nos dimos cuenta, y pensamos que lo que estaba pasando ahí, no era algo para que resolviera la policía..." 

 







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