Todavia me estoy rascando



Todavia me estoy rascando



Hay historias de Catamarca que se pasan de generación en generación, relatadas por los ancianos a sus nietos, esta, nos él conto mi abuelo alguna vez cuando niños. 

  

Una noche de un frío invierno después de la media noche, Oscar, ése era su nombre, regresaba de la casa paterna desde la plaza de Choya, hasta calle Rojas por la Av. Mitre (hoy Virgen del Valle). Avenida bordeada de frondosos árboles de eucaliptos, cuyas ramas se entrecruzaban a manera de red dejando pasar sólo en parte la pálida luz de la luna. Él trataba de caminar por medio de la calle ya que las veredas estaban sin baldosas y pasaba un canal llevando agua para riego por ellas, además eran de poca iluminación, sólo un resplandor regalado por algunas lámparas ubicadas en cada esquina. La figura del transeúnte se estiraba a medida que se alejaba de ellas, el frío calaba los huesos y a manera de mantener vanamente el calor, se acurrucaba subiendo los hombros para que el sobre todo de pana abrigara un poco el cuello. 

El vapor de su exhalación le recordaba el tibio humo del cigarrillo, pensó en prender uno, pero en vano buscó la caja de fósforos, “ojalá encuentre alguien para pedirle fuego” pensó. Caminaba lento pero firme, la sensación de que lo seguían no le era nueva, todas las noches en ese mismo recorrido, lo mismo, pero hoy fue más irritante, varias veces volteó la mirada para ver…, nada, siguió su camino, sus pasos eran lo único que le resultaba vivo esa noche, volteó nuevamente, sólo un perro junto a un árbol y su pelaje negro brillaba bajo la pobre luz. Oscar continuó su marcha con un paso un poco más firme y su ocasional compañía canina lo seguía sin perder pisada, las cosas que le habían contado de un perro negro en esa avenida le resonaban en la mente, pero no quiso sugestionarse con “habladurías de espantos ni esa cosa de viejas”, se dijo. De golpe, detuvo su marcha y enfrentó al can, éste a tres metros de él se detuvo también, allí con luz de frente pudo ver sus ojos rojos brillantes, fijos, acechantes, un escalofrío le recorrió la nuca. No quiso flaquear, ni demostrar miedo a “un tipo corajudo” con fama de noctámbulo no le estaba permitido. Con decisión y firmeza tomó una piedra y se la arrojo al animal al grito de “fuera bicho”. 

No dio en su blanco, quizás por el frío de la noche o el producido por esos ojos rojo que le hacían temblar el pulso. El perro no se inmutó por el improvisado proyectil, siguió firme en su sitio con la mirada fija en Oscar. Luego caminó lento tras un árbol. El hombre de 30 y tantos años espero con otra roca, casi fundida en su mano. Luego de un tiempo siguió su camino, con más prisa, tratando de darle un tono de liviandad a la situación: “cosas de viejas cagonas”, afirmo. 

Deseó nuevamente ese cigarrillo y aún más llegar a su casa, donde su esposa lo esperaba con un plato de sopa caliente como siempre. 

Sus pensamientos estaban en eso cuando de reojo vio la negra sombra, estirada por la cada vez más lejana luz de la esquina; casi pegada a él. Se sobresaltó y de un giro enfrentó a la bestia, estaba muy cerca, demasiado, esos ojos rojos eran aún más espeluznantes “hijo de p…” dijo a la vez que arrojó la piedra al lomo del perro. 

Corrió, corrió como nunca, como alma que la lleva el diablo. Así hizo las pocas cuadras que lo separaban de su hogar. Casi sin aliento, con el corazón queriéndosele salir del pecho llegó a la calle Rojas. 

El castañetear de sus dientes ya no era de frío… “falta menos” se animó “ya llego”. 

Sintió un gran alivio al ver un hombre fumando bajo un candil; apretó el paso hasta llegar a él. 

-Buenas amigo… ¿me convida fuego? Pidió. 

A lo que el otro respondió con el ademán generoso de encender y cubrir con una mano el fósforo para que no se apagase. 

- “Ja ja ja ja, estoy agitado porque me dio un cagazo un perro”. “Aún se debe estar rascando de la pedrada que le di”, dijo, tratando de disimular su miedo. 

Puso el cigarrillo en sus labios aún temblorosos y acercó su cara a la tenue llama del cerrillo. 

- “Sí, aún me estoy rascando” dijo el hombre con voz ronca. 

Oscar levantó rápidamente la vista. Con los ojos fuera de órbitas vio que de entre la sombra que daba el alero del sombrero del extraño, brillaban esos ojos rojos como dos brasas incandescentes de cigarrillo. 

  

Francisco. 

  
 







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