El misterio de la casa huaco en Andalgala
Cristina dejó su relato para
Zona Negra a través de Maury Agüero, que la entrevistó recientemente. Ella
revivió una
aterradora historia que la alejó casi definitivamente del pueblo donde aconteció, Huaco, en Andalgalá. Dice que todo
pasó en una época en que ella era joven, no había luz eléctrica ni en las calles ni en las casas, y tenían para
alumbrarse con lámparas a kerosene, a gas. "Una noche estábamos durmiendo, y mi hermano se despertó a los gritos,
diciéndonos que prendamos la luz. Nos contó que sintió que una mano grande le tocaba el pecho, pero pensó que era un
novio nuestro... te explico: éramos ocho hermanas, yo adolescente, más cuatro varones, y mi hermano supuso que un
chico nos buscaba a alguna de nosotras, y que andaba tanteando... Entonces para darle una sorpresa, esperó que
volviera a rozarlo y cuando sintió otra vez que esa mano lo tocaba, la agarró buscándole también la parte del codo
para tirarlo al piso, ¡pero se dio cuenta que era solamente una mano! Y la arrojó al piso, haciéndola rebotar ahí,
¡y desapareció! A mi hermano le dio un terrible ataque de nervios, y decidió al otro día venir a vivir en la ciudad
capital".
Cuenta Cristina que "poco a poco nos empezamos a venir todos, porque no nos dejaban en paz... y cuando mi madre
también se vino, nunca pudo alquilar la casa, ni prestarla, y la dejó en manos de esa gente que no tiene vivienda, o
viven en la calle tomando bebidas alcohólicas, pero tampoco ellos podían permanecer ahí por más de dos días. Pasaron
los años, y yo volví de paseo cuando mi hijo mayor habrá tenido tres o cuatro años, los dos solitos en vacaciones de
verano. Llegamos a la tarde, la casa estaba totalmente cerrada, la abrimos y le dije a mi vecina que la dejara a una
de sus hijas que nos acompañara esa noche en la que recién llegábamos, y nos dijo que sí. Esa noche dejé la ventana
abierta porque había una luna hermosa, pero con el vidrio cerrado porque siempre es fresco a esa hora, aunque sea
verano. En la mesa de luz dejé una vela y fósforos a mano, con un vaso con agua, en fin... todo lo que podíamos
necesitar en la madrugada. Incluso crucé unos palos en la puerta, tomando todos los recaudos por si alguien
entraba..."
El relato de Cristina, a partir de allí, comienza a tornarse tenebroso: "luego me desperté cuando sentí que alguien
tocaba la mesita de luz... pensando que era la hija de mi vecina, le pregunté si necesitaba que le encendiera la
luz, pero no me contestó. Le consulté si necesitaba algo, tomar agua, o lo que fuera, y no me contestaba. Pero al
rato, de vuelta volví a escuchar lo mismo y deduje que no me quería contestar. Me di vueltas en la cama quedando
hacia el lado de la pared, donde dormía mi hijo, y me dormí... pero al rato me cansé de esa posición y quise girar
hacia el otro lado, y no pude... fui tanteando, y sentí el cuerpo de una persona grande, de un hombre... De a poco
mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad porque entraba, además, la luz clara de la luna, y pude ver a un
hombre de camisa blanca, durmiendo a mi lado... empecé a gritar! grité tanto que los vecinos vinieron, todos, y en
ese momento de pánico no me acordé de la vela, ni de los fósforos, ni de los palos en la puerta... sólo recuerdo que
vi a esta persona, un hombre rubio, que se sentó en la cama (aunque sólo se le veía hasta la cintura) y se levantó
en el aire hasta desaparecer!".
Es muy elocuente el final del testimonio de Cristina, que reaccionó acorde a las circunstancias: "yo tenía un
colectivo para volver a la ciudad a las doce del mediodía, pero a las ocho de la mañana ya estaba esperando en la
terminal, y no volví a Andalgalá durante 25 años... porque no me gustaría volver a pasar por lo mismo! Esto pasó
hace unos 30 años, y se decía que, en esa época, detrás de casa, había una casona enorme con forma de castillo que
ya se caía a pedazos, aunque habrá sido hermosa en su momento, donde vivían unos yanquis que cuando fue la Segunda
Guerra Mundial se alistaron y se fueron con lo puesto... y se cree que en esas fincas que eran suyas, quedó
enterrada parte de su riqueza, y se piensa que son los que todavía están custodiándola. Pero haya lo que haya, no me
gustaría encontrarlo, ni volver allá. Y si escucha este relato alguna persona mayor, me gustaría que hablara, y que
diga por qué razón cuando llegaba la noche no pasaban por frente de nuestra casa".